lunes, 10 de marzo de 2014

Siempre que me encuentro ante la inevitable pregunta, que tarde o temprano, nos planteamos los que caminamos por el complejo mundo de la escritura creativa, la de ¿Por qué escribo?, me acuerdo de  una muy buena amiga.  Esta amiga, que por cierto es un peligro para nosotros los hombres, ya que es inteligente y hermosa al mismo tiempo, defiende una teoría referente a los porque hacemos las cosas,  que al principio yo no compartía, pero que ahora me parece que tiene de mucho sentido común. Me refiero a la teoría de la lógica retroactiva. 

La teoría de la lógica retroactiva señala que primero decidimos y después buscamos justificaciones para nuestras decisiones. Es más, argumenta que no somos dueños de  nuestro destino, sino que Dios o las circunstancias (llámalo como quieras)  decide por nosotros. Pero nosotros, apelando a lo que  denominamos identidad, insistimos en buscar el porque tomamos un camino y no otro. 
  
El ejemplo que siempre citaba mi peligrosa amiga, era un estudio que se realizó sobre los reos en una cárcel en los estados unidos. Decía, que sin importar si estos estaban arrepentidos o no, siempre encontraban diversas justificaciones del porque estaban allí recluidos. En todos los casos existía un motivo que los llevó a ser más rápidos con la pistola, robar esa pobre ancianita o secuestrar al ricachón de turno.  Lo más interesante era, que los argumentos se tornaban más sofisticados dependiendo de la antigüedad del reo. Los reclusos que pasaban de cinco años citaban en promedio siete razones, que parecían válidas, que los llevó a cometer el crimen que cometieron, sabiendo que al principio apenas encontraban vagas explicaciones.
  
El asunto es que cada día me convenzo más, que la lógica retroactiva, no sólo opera en delincuentes justificando sus crímenes, sino que está presente en casi todas las disposiciones de la vida cotidiana. Desde porque creemos que nos gusta tal o cual comida, equipo de fútbol, color, película, o marca de ropa; hasta porque escogemos cierta profesión, enamorarnos de determinada persona o ingresar en la locura de escribir.

En todo el tiempo que llevo en la escritura creativa, me he dicho, y le he dicho a los que me han preguntado, más de una docenas de razones por las que creo que me encanta traducir el mundo con palabras impresas. La mayoría de estos  argumentos los he escuchado o leído de algún personaje famoso de la literatura. Otros, por supuesto, los he inventado yo mismo. Es muy curioso comprobar que cada vez que adopto como propia una de estas escusas, fiel a la lógica retroactiva, me enamoro más de mi decisión.

Ahora bien, de la sarta de escusas que han pasado por mi boca y por mi mente, hay tres que encabezan la lista. Y no es que sean las más elegantes o convincentes que existen, pero de alguna forma son algo originales. En este momento no estoy  completamente seguro  si yo las inventé, o me las apropié de algún lado. Pero si no las creé, por lo menos sí les agregué tanto de mi idioma personal que parecen de mi autoría.

De atrás hacia adelante, la tercera escusa de porque escribo, es la envidia. Envidia de la mala.

Uno de mis hermanos, que es mayor a mí por un año de edad y como por diez en inteligencia, dice que envidia de la buena es cuando deseamos algo que está repetido en el mundo. O sea, objetos producidos en serie como los carros, los celulares o las camisas.  Ya que muchos pueden tener las mismas cosas sin la necesidad de perjudicar a su dueño. En cambio, cuando deseamos algo único, como la mujer del prójimo, eso sí es envidia de la mala, porque para poseerlo nosotros tendríamos que quitárselo a esa persona.

Precisamente eso es lo que pasa cuando leo libros que me capturan de principio a fin. Porque quisiera ser yo quien escribió esas historias, robármelas de tajo con toda la envidia mala del universo, colocar mi apellido como autor en vez de un tal García Márquez, o de un Abad Faciolince, o de un Dumas, o de un Capote. Y aunque me repito mil veces que la envidia no es buen síntoma, cada que leo y releo mis historias preferidas, término pegado al  teclado de mi computador, con la ilusa esperanza que cuando alguien lea mis escritos el veneno de la envidia también infecte todo su torrente sanguíneo.
      
La segunda escusa del porque me casé con la escritura creativa, es la rebeldía. Y para también ponerle apellido, digamos que rebeldía de la perversa. Ya que no es una rebeldía contra ningún sistema, ni contra la cruda realidad, ni contra las injusticias sociales, ni contra nada de esas tantas  cosas romanticonas que despierta nuestro espíritu revolucionario. No. Mi rebeldía es una rebeldía materna.

Mi mamá, a la que amo como a nada en este mundo, es una mamá normalita, y como mamá normalita que se respete quiere que su hijo, yo, sea una de tres cosas: Médico, abogado o profesor. Por el contrario, le entristecería que su estirpe terminara en uno de tres vicios: la delincuencia, la drogadicción o la escritura. Es que para las mamás normalitas la escritura, o más bien la literatura, es tan maligna como cualquier narcótico. Primero por que, creen ellas y están en lo cierto, eso no da plata, y no quieren que uno pase por las afujías económicas que ellas pasaron. Y segundo por que la literatura te lleva por mundos tan mágicos, que te vuelves inconforme con la realidad que ellas conocen, y desean que sus hijos piensen y vivan en su mismo mundo. Por esa razón cualquiera que tome la  escritura como pilar fundamental de su vida, se revela contra su mundo materno, y esa es la más perversa de las rebeldías.

Por último, la principal razón por la que escribo (sonará infantil y arrogante), es "por que sí". Ésta respuesta no me la inventé yo, ésta es la respuesta natural que esgrimen todos los niños del planeta. En realidad yo no conozco a los niños del Japón, ni a los de la India, ni a los de Nigeria; para preguntarles si alguna vez la han usado. Pero los niños que conozco, casi todos de este lado del mundo, manejan esta respuesta estándar a la mayoría de las preguntas abiertas que se les realice. De tal forma, que si le preguntáramos a cualquier niño ¿Por qué  te gustan los confites?, sino se las da de muy vivito, La respuesta  sería un sonoro “porque sí”.

Nadie les ha enseñado  a responder así, pero por instinto, supongo, saben que esta respuesta no tiene amaños, no buscan que otros acepten sus gustos como validos y razonables. Tampoco pretenden responder a una lógica que los haga sentir bien con ellos mismos. Sencillamente saben lo que quieren  "porque sí", sin más razonamientos. Claro, cuando empezamos a crecer y nace el interés por las opiniones del resto de la humanidad, buscamos pretextos, así sean de mentiras, para justificar el porque hacemos lo que simplemente nos da la gana hacer. A propósito, el “porque me da la gana” y “el porque si”, en el fondo son la misma cosa, pero como nos han enseñado que el primero es una grosería, es mejor decir el sencillo "porque sí".  
                
En fin, esas son las tres razones que encabezan mi lista que tratan de responder el porque escribo. Pero que no se acomoden de a mucho, porque por lógica retroactiva, puede, y es muy probable, que en el futuro adopte otros porque más convincentes. Por ejemplos algo así como por cambiar el mundo, por ser más feliz, por conocerme a mi  mismo, por pasión, por fama, por quedar en la historia... o quien quita, por ganarme unos cuantos billetes que me hagan millonario. 
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